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martes, 10 de julio de 2018

Sábado de montaña y domingo de playa

El plan era único, sábado a Posada de Valdeón, rutita en bici y el domingo a la playa al encuentro de las chicas y amigos...no podía fallar nada para que fuese un fin de semana estupendo.
Así comienza otra de tantas aventuras ciclistas de este grupo, a las 5 de la mañana cuando suena el despertador, aún repasando no olvidarse nada, la noche ha pasado volando, un buen lavado de cara y a desayunar. Con todo preparado desde el día anterior, solo queda recoger a Kitos, y acudir a la cita sita en casa de Juan Carlos a las 6:00.
El madrugón ha sido de órdago, y nadie se retrasa con lo cual, tomamos rumbo al norte. Con el tiempo de reloj medido, llegamos a Velilla del río Carrión con quince minutos antes del primer encierro de San Fermines, 7 de julio en el calendario...va el año que vuela.
Un suculento y abundante desayuno, mientras vemos el encierro, solo puede ser un presagio de un fin de semana de lujo.
Desde Velilla a Posada de Valdeón lo hacemos ya del tirón y como habíamos previsto a las 9 llegar y salir cuanto antes, comenzábamos la ruta nada más equiparnos y subirnos a la bici.
Equipados todos menos Carrión que se olvidó las botas y hubo que hacer un pequeño ajuste para que pudiera montar, al final se tuvo que arreglar con unas zapatillas de Miguel...no sin antes aguantar el cachondeo y echarnos unas risas por lo ocurrido.
Santa Marina de Valdeón fue el primer pueblo que nos vio pasar, con tres kilómetros de subida ya íbamos viendo lo que nos esperaba a lo largo del día. Las cuestas con alegría se suben mejor que con la cara arrugada, eso sí, hay que tener cuidado con los ataques de risa, no te jueguen una mala pasada.
Subiendo y subiendo se llega al alto del puerto de pandetrave, por fin con el día soleado puedo observar esas maravillosas vistas que ofrece tal altura. Pedimos a un transeúnte que nos haga una foto y seguimos rumbo a Fuente De, lo cuál nos obliga a elevarnos por el lateral de la montaña más alla del nombrado puerto de pandetrave. Las vistas casi no dan lugar a cansarse y solo me ocupa la cámara sacando foto tras foto, y a Miguel advirtiendo del  espectaculo visual que aún nos queda por ver cuando lleguemos a la Horcada de Valcabao, y contemplemos los dos valles.
Y allí nos presentamos no sin antes seguir gastando fuerzas, pues aquellos parajes no salen gratis, siempre se paga un precio, esta vez merecía la pena. El grupo contento por haber alcanzado cima y mucho más contento cuando empezamos a bajar, y bajar y bajar...y entre gritos de júbilo y risas, más saltos por el terreno, creo que todos pensamos que todo aquello había que subirlo y creanme que iba siendo mucho bajar.
Por fin nos dimos de bruces contra Fuente De, lugar turístico donde su famoso funicular, hace las delicias de muchos turistas eso si es subir mucho y en poco tiempo. Tomamos algo para refrescar nuestros gaznates y nos bajamos por carretera hasta el pueblo de Espinama, era la una menos cuarto de la tarde y nos nos dieron el menú del día por ser temprano y por suerte, y nos aliviamos con un bocadillo a elegir. Digo lo de la suerte del menú porque yo me hubiera apretado un cocido montañés, del que una hora después me hubiese estado arrepintiendo o algo peor, pues todo lo que  bajamos lo estábamos subiendo y ciertamente fue mucho bajar. Como no teníamos prisa y nuestras mujeres nos esperaban al día siguiente pero en la playa, aquello se subía con mucha quietud, mucho talante y con la parsimonia que nos dejaban las durísimas rampas que nos acechaban .
Solo encontrábamos respiro en los pequeños saltos del terreno, aquellos que nos hacían flotar bajando nos daban un descansillo de segundo y medio, que como bien dijo Miguel: "aprovechad los descansillos" y todos reímos hasta que vimos lo que era. Y es que con ese calor, con ese cansancio, con esas rampas y alguno en zapatillas, lo mejor era tomárselo con calma y con risas.
Para amenizar la tarde, y a mitad de subida, estábamos aún a 1300 y había que alcanzar los 1700, a lo lejos comenzamos a oír lo que anunció el hombre del tiempo, una tormenta. Eso nos apretaba en tiempo pués ninguno de nosotros estaba dispuesto a mojarse, lo cuál hubiese sido terrible, pero las fuerzas mandan y creo que todos nos resignamos a que si había que mojarse allí estabamos entre el cielo y la montaña dispuestos para el sacrificio. Ya darían cuenta los buitres de nosotros.
LLegamos a lo que si era un descansillo real, un oasis en tanta subida con agua y todo, una bestial fuente con su pilón, Diego "el de las zapatillas" y alfonso ya descansaban sentados a pie de chorro, al llegar Kitos, alargó Diego el brazo para recoger el bote vacio, lo lleno en ese superchorro de agua, y de un trago lo engulló Kitos como anaconda a la presa, A Diego le dió por reir mientras volvía a llenar el bote y así quedó bautizada la fuente como el pilón de la risa.
Risa que nos sobró en la bajada y que faltaba en la subida, pero tras beber y comer en aquel pequeño oasis, volvimos a la carga, cada vez más cerca de llegar  a la cumbre. Los últimos kilómetros vimos como las nubes invaden nuestro espacio, se apoderaban de la montaña y con truenos por bandera, nos ponían un nudo en la garganta. Menos mal que hubo mucho ruido y pocas nueces, y las cuatro gotas de lluvia que nos cayeron solo sirvieron para refrescarnos un poco y aliviar nuestras cansadas piernas. Vimos el final cuando pasamos el chozo de la ida y aunque un poco desperdigados conseguimos llegar de nuevo al alto de Valcavao. Terminaba todo el sufrir, sabíamos que lo que quedaba era todo bajada. Tras una tumbada y un poco de descanso Juan Carlos, Miguel, Rafa, Kitos, Germán, Diego, Alfonso y el que escribe, nos tiramos a tumba abierta, tras la orden de: " si no llueve paramos en Santa Marina a tomar una cerveza". Y como no llovió la cerveza cayó y de nuevo las risas invadieron el ambiente y en ese lugar llamado "la Ardilla Real" acabamos la aventura de un 7 de Julio que como todo el mundo sabe es San Fermín y como los buenos toreros salvamos el día con dos orejas y unas cuantas cervezas.
La bajada de carretera alcanzando los 78 km/hora no tiene tampoco desperdicio pero queda como algo anecdótico, por eso dije lo de bajar a tumba abierta.
Todas las historias tienen un final, pero no todas acaban tan bien como esta, sentados en el restaurante Begoña, ante una suculenta cena, una inmejorable compañía y la tónica del grupo...las risas.
Y al día siguiente el encuentro con las familias en San Vicente de la Barquera y otra aventura, pero esta vez en la playa y sin hacer esfuerzos.

Las fotos al completo: AQUI